Neuroeconomía es una palabra no definida aún en el diccionario de la real academia de la lengua, pero que sí se encuentra en la Wikipedia, en donde se explica que:... “combina la neurociencias, economía y psicología para estudiar cómo la gente toma decisiones. La Neroeconomía busca establecer el papel del cerebro cuando evaluamos la toma de decisiones, clasificamos los riesgos y los beneficios e interactuamos con otras personas”.
La Neuroeconomia sería una disciplina que amplia los límites de la conducta instintiva humana.
Este concepto prácticamente abarca la conducta humana en su totalidad. En realidad la Neuroeconomía pretende explicar la mayoría de las conductas que tomamos y con ello aclarar también la organización emergente que se aprecia en las sociedades resultantes.
Un objetivo que no parece inalcanzable si tenemos en cuenta la evolución del conocimiento humano. Pero que si implicará una de las mas duras conciliaciones, que deberán hacerse entre las tradiciones científicas y las tradiciones humanistas en las próximas décadas.
En esencia las ciencias sociales, con toda su riqueza de ideas y relativismos, deberán empalmar con las ciencias “duras” y ponerse de acuerdo en métodos y resultados, aceptando de cada lado sus fortalezas y debilidades, a la hora de explicar el comportamiento humano y las interacciones entre sociedades.
Más importante aún, en la neuroeconomía o su secuelas podría recaer la responsabilidad de reorientar el comportamiento social hacia un equilibrio mutualista con el medio ambiente planetario.
El Economista Camuflado y La Lógica Oculta de la Vida son dos libros del economista Tim Harford en donde podemos apreciar, con la claridad y la amenidad necesaria para legos, las implicaciones de la neuroeconomía a nivel de la conducta social global y a nivel de las pequeñas decisiones individuales que la soportan. Por ejemplo, resulta sorprendente saber como la conducta sexual y social de las personas se modifica según la disponibilidad o escasez de uno de los sexos, o según sea la amenaza percibida de las enfermedaes de transmisión sexual, o como dicha conducta podría no cambiar y llevarnos a asumir riesgos, aparentemente irracionales, de acuerdo al beneficio y la necesidad individuales que padecemos.
Si también quiere saber cómo algunas industrias manipulan al consumidor y se aprovechan del valor de la escasez, de la falta de información o de nuestra ansiedad por el estatus, hay varios capítulos que le servirán de guía de supervivencia.
Harford explica cómo, dadas una serie de condiciones medioambientales, la mayoría de decisiones que tomamos son racionales, pero no necesariamente conducen al mejor de los mundos, peor aún, tal vez conduzcan a una sociedad racista o desigual, pero no irracional. No obstante, la conclusión del autor es esperanzadora y parece confiar en que la humanidad encontrará una salida no catastrófica a la encrucijada medioambiental en que se ha embarcado.
Esto me permite entonces ponerme trascendental y plantearles una pregunta:
¿Creen ustedes que hay esperanza para la humanidad y cuál puede ser el camino hacia cambio en la conducta de las personas? o ¿Ni siquiera es necesario formular esta pregunta?.